Las Rojas

Logo rojitaEl recorrido de la lucha de las mujeres está cruzado por los debates entre feminismo y marxismo. El feminismo es una corriente que contiene muchas posturas a su interior: desde las que no ponen en cuestión al capitalismo, ya que retocando aquí o allá la democracia burguesa, se lograría la igualdad para las mujeres, hasta las que plantean que hay que terminar con el sistema capitalista para conseguir la liberación del género femenino. Adelantemos desde ya que nos inscribimos en esta última corriente.

Género, Género, Género

La variante más extendida del feminismo a secas está organizado en los ámbitos académicos y ONGs, muchas de ellas subvencionadas por altruistas organismos del Primer Mundo. Básicamente, las posiciones que sólo ven la cuestión de género en sí misma consideran que la existencia del capitalismo y el hecho de que sea el sistema que rige a nivel mundial es algo que se puede pasar por alto. Esto en la versión ingenua. En realidad, estas posiciones parten de la base que el sistema capitalista es todavía perfectible, y de lo que se trata es de luchar por el reconocimiento de las mujeres o por conseguir la igualdad de las mujeres en todos los planos con los varones. Se denuncian las instituciones por ser patriarcales, entendiendo esto por discriminación hacia las mujeres. De lo que para ellas se trata es de pelear por la llamada ciudadanía de las mujeres, es decir, por aumentar la representación política de las mujeres, lo que redundaría en mejorar nuestras condiciones de vida. A la vez, el aumento de la representación política consiste en conseguir que más mujeres lleguen a altos puestos en empresas y gobiernos.

Esto redundaría no sólo en el reconocimiento de las mujeres, que como género hemos sido olvidadas por la historia, sino que además ampliaría efectivamente la democracia. En estos análisis, se sostiene que la pobreza y la exclusión que afectan a millones de mujeres se podrían ir resolviendo con “políticas activas” contra la discriminación de género, a través de lo que se llama el “empoderamiento” de las mujeres para delinear su propio destino. Algunos sectores llegan a expresar un profundo desprecio hacia las organizaciones de trabajadores y trabajadoras, como los partidos de izquierda, y cualquier posición política es calificada de patriarcal, lo que por supuesto dificulta el debate. Todo esto refleja una incomprensión de la profundidad de lo que significa el patriarcado, ya que no se ve su funcionalidad con respecto al sistema capitalista. Ubican todas las luchas sociales en el marco de no cuestionar la existencia del capitalismo. Se plantean como desafío encontrar estrategias que permitan articular sus luchas con los de otros movimientos: campesinos, derechos humanos, ecologistas y otros para impulsar los retoques que requiere la sociedad actual. Esto finalmente conduce al embellecimiento del capitalismo y, por ende, al sostén del propio patriarcado.

Clase, Clase, Clase

La política de la mayoría de la izquierda refleja la tensión de los debates contra lo que se denomina el feminismo burgués. Esto provoca una suerte de miedo a pecar de excesivamente feministas y poco clasistas. Se toma la cuestión de género como una problemática de reivindicación parcial. La lógica es extremadamente reduccionista: como el capitalismo ha resuelto todas las contradicciones anteriores en el antagonismo fundamental entre burguesía y proletariado, cualquier otra opresión sería secundaria o se subsume hasta desaparecer en esta relación principal. Como el capitalismo tiende a proletarizar a las masas, arroja también a las mujeres al mercado laboral, con salarios más bajos que los de los hombres. Por lo cual estaría bien luchar simplemente por la equiparación salarial. En esta concepción se olvida que las mujeres seguimos realizando el trabajo doméstico, y entonces sufrimos doble opresión: como obreras y como mujeres. Haciendo la revolución socialista automáticamente se resolverían todas las demás opresiones (de género, de nacionalidad, de raza). De esto se deduciría que plantearse la lucha feminista es una lucha antihombres, que desconocería la división social en clases y conduciría a la conciliación de las mujeres obreras con las mujeres burguesas. Esto niega la existencia del patriarcado como relación de opresión específica. Las reivindicaciones parciales, como la lucha por la legalización del aborto o por la equiparación salarial, son bienvenidas mientras se las mantenga en un plano limitado. Y la opresión es entendida como algo que está en el plano de las ideas o que no tendría fundamento material. O, en una versión más refinada de lo mismo, si se tiene en claro que el capitalismo es el único responsable de esto y por lo tanto el simple punto final de toda la cuestión. Esta idea es parte del mito estalinista de que la opresión sobre las mujeres habría sido suprimida automáticamente con la revolución rusa. Al “abolirse” las diferencias de clase (cosa que tampoco ocurrió, producto de la burocratización) se habría dado por tierra con todas las demás contradicciones. Pero en el fondo, refleja un temor reaccionario a creer que presentar las otras contradicciones sería desafiar la centralidad de la clase obrera como sujeto del cambio revolucionario, cuestión que de ninguna manera se deduce del razonamiento que defendemos de que la lucha de género tiene una especificidad no reducible a la explotación de clase.

Lucha de Clases y Lucha de Género

El patriarcado implica que la dominación de las mujeres por los hombres constituye un sistema, una relación social que se vuelve orgánica. Y es muy anterior a la aparición del capitalismo. Cualquier análisis serio del origen de la opresión sobre las mujeres parte de que la primera división social fue la división sexual del trabajo. Y con la aparición de la propiedad privada, pasó de ser una división cooperativa basada en condiciones físicas a convertirse en una división opresiva. El patriarcado implicó que la primera opresión fue la del género masculino sobre el femenino. El género es el aspecto construido del y sobre el sexo, diferente de la constitución biológica. Esto significa que tareas, atributos, formas de ser, que son inculcadas por la sociedad, aparecen como naturales. Las mujeres seríamos por naturaleza cuidadoras, buenas, solidarias, sumisas, nos gusta limpiar y el sexo no nos interesa. Engels llamó a esto la derrota histórica del sexo femenino. Desde entonces, el patriarcado sobrevivió a todas las sociedades. Donde hay un sector social que vive del trabajo ajeno, existe también el patriarcado. Esto denota la unidad dialéctica entre las relaciones de explotación y las de opresión. Lo que implica las relaciones de unidad y a la vez de especificidad entre una y otra problemática.

El capitalismo ha podido resumir los antagonismos generales de la sociedad en uno fundamental, que es la explotación por parte de una clase minoritaria, la burguesía, sobre la mayoría que conforma la clase trabajadora. Pero esto no “resuelve” otro tipo de contradicciones que no son específicamente de clase, como es el caso de la opresión de género, aunque la integre en una nueva totalidad. Categorizar la opresión de género como un mero subproducto de la explotación de clase desconoce la relación entre la existencia del patriarcado y la lógica de funcionamiento del capitalismo. Patriarcado y capitalismo son solidarios entre sí, ya que las mujeres como género estamos obligadas a realizar una serie de tareas que no entran en la esfera del funcionamiento del capital, pero que le son necesarias. Todo el trabajo realizado en el ámbito de lo privado lo resolvemos las mujeres como género (sin olvidar que las burguesas explotan a otras mujeres).

Somos la primera variable de ajuste de todas las crisis capitalistas. Las primeras en sufrir la desocupación y las que cobramos salarios más bajos. El combate contra la opresión hacia las mujeres no es una lucha de reconocimiento. Es por terminar con todo un sistema que tiene una base material.

El patriarcado implica que la historia de la humanidad se escribió siempre en masculino, negando a las mujeres y, por lo tanto, negando la posibilidad de una humanidad plena. Las clases y el género tienen que desaparecer. La lucha es por terminar con todo tipo de explotación, con la existencia de una clase parásita que vive del trabajo de la mayoría, y de terminar con la opresión de todo el género masculino sobre todo el género femenino. Pero bajo el capitalismo, esto une y no puede dejar de unir la lucha contra la opresión de la mujer al destino histórico de la clase obrera. Es un debate en dos frentes: tanto contra aquellos sectores que separan la lucha contra la opresión de género de la lucha por acabar con la explotación capitalista de la clase obrera, como también contra aquellas agrupaciones de izquierda que tienden a diluir la especificidad de la lucha contra el patriarcado en la pelea por acabar con la explotación obrera.

En el primer caso, lo que se pierde de vista es que la lucha contra la opresión de la mujer está unida por mil lazos de solidaridad a la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista y por el socialismo. Esto es así en la medida en que no hay manera de crear las condiciones materiales para acabar con las relaciones de opresión y, entre ellas, la del género, sin acabar con la explotación del sistema que es la base sobre la cual se levanta el edificio del resto de las relaciones de desigualdad social.

Hay una rebeldía primaria contra las miserias de la vida, por condiciones mínimas para una vida mejor, como la lucha por no morir por aborto clandestino, por conseguir trabajo y por aumento de salario. Al mismo tiempo, una lucha feminista que sea verdaderamente revolucionaria se plantea en todos los órdenes de la vida. Y se plantea en el combate frontal contra el sistema que es capitalista y patriarcal: para terminar con el hecho de que la mayoría trabaja, vive y muere para disfrute de unos pocos ricos. Y para que las mujeres no seamos más simple objeto de satisfacción de las necesidades masculinas. Por eso somos feministas socialistas.

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